¡Había excesiva polución! ; la avenida tenía baches, charcos, lodo; el tráfico era espeso; y los grandes y espaciosos autobuses urbanos de antaño escaseaban (habían sido reemplazados por microbuses). Como si no fuera sufisciente, en el horizonte se dibujaban los trazos luminiscentes de una tormenta eléctrica. Portentosos relámpagos chocaban en el firmamento.
Claro, por el hecho de que no puedes tener un trato íntimo con alguno, ni aunque sea tu mejor amigo. Subí fotografías sensuales a mi página personal punto com. Hasta tomé unas bañándome. Claro que solo se me veían los hombros y la cara mojada.
¡Quiero Pareja!
La que proviene de llevar una carga a cuestas, sin tener con quién compartirla; la que se gesta en silencio tras muchos días de cultivar sin cosechar. Uno de los pocos buses de pasajeros que quedaban en circulación se detuvo frente a nosotros. No había un solo taburete libre. La multitud se balanceaba agarrada a las barras de metal. Olía a gasolina y sudores.
Cierro rápidamente el ejemplar de la revista, sujeto el portafolios y muevo la manilla para abrir la portezuela. Esta genera un ruido seco, pero la puerta no se abre. El tipo se regresa con la agilidad de una fiera, me mira y sonríe burlón. —Es largo de contar —participa el hombre—; te interesará.
Los Niños Solicitan Poco
Cuando volví a levantar los ojos, ella me miraba con la boca entreabierta en un ademán de inocencia. Me aproximé despacio y rocé con mis labios los suyos. Dejé caer las bolsas del mercado a nuestros pies; la botella logró un ruido seco al chocar con el piso. Apreté mi boca contra la de ella para hallar la humedad de su lengua.
Puedo sentirlo, puedo escucharlo. Está a punto de alcanzarme en el momento en que llego a la banqueta y giro hacia la izquierda sin dejar de correr. Mi cabeza es un mar de ideas contradictorias, de imágenes excitantes y repugnantes a la vez. —Como desees —afirma el hombre—; vamos, sube entonces. No nos tardaremos bastante —esconde la revista y sonríe con malicia—.
La Elipse En La Vida Cotidiana
Desayunó bien y salió del hotel con paso apresurado. Detuvo un taxi y le solicitó al chofer que se dirigiera hacia Tlatelolco. —se ha dicho—, huiste de aquí hace 4 años. Quizá nadie recuerda lo que pasó, ni te están buscando, ni terminarás en la cárcel. ¡Solo vas a pasar unos días con tu familia! Ellos merecen entender de ti y tú lo precisas.
Creí que todo había sido una ridícula pesadilla, pero al admitir el sitio, al verme vestido y con zapatos, me di cuenta con tristeza de que el desastre era real. ¿Sabes que haberle dicho eso ha podido ser la gota que derramó el vaso en su sistema inquieto? —repetí dando 2, tres, 4 puñetazos con todas y cada una mis fuerzas en la pared, hasta que un intenso mal en los nudillos me detuvo. —Deseo que cuando estés lejos recuerdes la enfermedad de tu hijo —remató—.
Creen tener el derecho de meterse en la vida de los demás como si fuesen perfectos. El señor Tadeo Yolza levantó la voz con la solidez de alguien que ha ganado un lance. Mi padre, mordiéndose el labio inferior, se volvió hacia mí con claras intenciones de matarme, pero yo me hice el disimulado clavándole la vista al directorzucho.